A menudo se comenta que tal actor o actriz tiene talento, es bueno, trabaja bien… o por el contrario, que es un paquete, que no transmite, o que sobreactúa, término este último que todavía me hace rascarme la cabeza cada vez que lo oigo. La gente que desconoce la creación cinematográfica tiende a pensar que es mérito exclusivamente suyo conseguir una gran interpretación. Evidentemente hay un punto de partida, un ingrediente base que es una amalgama de talento, trabajo y tiempo, materia prima sin la cual no hay nada que hacer. Y cuanto más técnico, artístico y profesional sea el actor, tanto mejor será el resultado (por supuesto hay excepciones, siempre me maravillaré del trabajo de Wilder con la desmemoriada, borrachina y engreída Marilyn Monroe, que llegaba tarde a ensayos y rodajes, y sacaba de quicio a todo el mundo con sus caprichos; eso es DIRECCIÓN DE ACTORES, con mayúsculas).
Pero la interpretación es un trabajo de equipo, y

Y ahí no acaba todo, insisto que lo esencial es la técnica y el talento del actor, pero también el compañero de reparto, a la hora de interactuar con él, puede afectar a la concentración y el trabajo sobre los matices que irán transformando al actor en el personaje, por no hablar de las condiciones de rodaje, o del buen ambiente en el equipo.

En el caso de ‘La moneda falsa’, aunque es evidente que no será necesario profundizar a esos niveles, la cosa puede complicarse en otra dirección. Existe el tópico, en el entorno de la dirección cinematográfica, que recomienda evitar en lo posible la participación de niños y/o animales en el proyecto, por su manifiesta dificultad añadida. Pues bien, acabo de encontrar mi vena masoquista: vamos a trabajar con un niño y con un perro.
La parte más difícil, no solo de la preproducción, sino también del rodaje, y la que quiero tener resuelta antes de continuar con el resto de jalones de la producción, pues no sé cuánto tiempo me va a llevar, es la de encontrar a un niño actor. Un niño que, por si fuera poco, va a ser el protagonista de la historia, y por tanto el de mayor número de escenas en pantalla.
El niño debería tener unos 6 años, lo cual no hace precisamente esperable poder contar con experiencia en los posibles aspirantes a hacerse con el papel, cosa que sí ocurre con los actores adultos. Y si existe esa experiencia, va a ser probablemente en ámbitos teatrales, escolares, o circenses, disciplinas muy diferentes a la interpretación cinematográfica, como ya sabéis.

Debido a mi bisoñez sobre la dirección de niños, el tema me parece algo difícil, bastante difícil, y eso me hace pensar que por muy poca experiencia que pudiera tener el pequeño actor, seré yo el que más aprenda trabajando junto con él. Eso me gusta.
Y cuando fichemos al actorcito, le llegará el turno al animal. Ya hablaremos.
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